Su actual estancia...
Y ese lindo calendario azul, fabricado de madera, bien tallada y preparada por la lija y el barniz, de la amalgama de tres sencillas piezas rectangulares, una de las cuales lo sostiene en pie como si fuera una plataforma para un sacro monumento, y bañado en azul, azul como el del cielo cuando la aurora se descobija al escuchar el primer trino, azul como el del mar en sus momentos de bravíos arrebatos cuando azota los peñascos, y pulcramente decorado en su espalda, semejante a los tatuajes que un vagabundo luciese entre su piel, mostrando un paisaje campirano, tres cabañas coronadas con sus rojas tejas de cantera, las tres mirándome de frente, pero con sus puertas y ventanas bien aseguradas, celosas de que alguien que no sea yo observe lo que guardan como un cofre con las joyas de una hermosa pelirroja, asentadas en un terreno de nobles arboledas, cuyos cabellos se aprecian ondulando con el viento de una noche que parece de estas fechas, otoñal, como la madrugada en la que hace un año a la remitente del presente conocí en un paseo con escenarios de un cuento como este, bajo la luz de tímidas estrellas que en este calendario parecen piedritas incrustadas en una gargantilla de mujer, llevando al centro una refulgente perla amarillenta que late cerca de su pecho.
Éste calendario azul, nuestro calendario, viajó los casi tres mil kilómetros desde su estante, atravesando el estrecho hilo que une y separa las Américas, sobrevolando las junglas, selvas y frutales plantaciones que un rojo cardenal aletearía hasta llegar a la Sultana del Noreste, divisando a sus costados los océanos inmensos y las blancas playas del caribe donde las palmeras se confunden con erguidas nativas ansiosas de remojar sus cabelleras,
haciendo una parada imaginaria en la tierra que en su puerto tiene por tesoro los galeones de corsarios sumergidos por el encanto de sirenas que los esperaban en la costa protegida por murallas,
Éste calendario azul, nuestro calendario, viajó los casi tres mil kilómetros desde su estante, atravesando el estrecho hilo que une y separa las Américas, sobrevolando las junglas, selvas y frutales plantaciones que un rojo cardenal aletearía hasta llegar a la Sultana del Noreste, divisando a sus costados los océanos inmensos y las blancas playas del caribe donde las palmeras se confunden con erguidas nativas ansiosas de remojar sus cabelleras,
haciendo una parada imaginaria en la tierra que en su puerto tiene por tesoro los galeones de corsarios sumergidos por el encanto de sirenas que los esperaban en la costa protegida por murallas,
desde las manos que lo envolvieron en un sobre que traía consigo una carta dedicada,...
hasta donde ahora posa con orgullo en esta foto, a un lado de la imagen del sitio que nos enlaza con fotos y palabras, intacto, sin ninguna hoja desprendida, porque ningún día transcurrido desde entonces merece ser de su memoria recortado, esperando la llegada del año que ya viene para renovar y acrecentar las fantasías que ha conmemorado.
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